UNA SONRISA, UN BESO, UNA LAGRIMA POR JOSE MANUEL GONZALEZ

El hermoso emblema de un águila, de gran amplitud en su perspectiva, surca paulatinamente el firmamento  hasta ocultarse en el blanco monasterio de un cúmulo de nubes que serenamente flotan coronando el alto risco de la cordillera. Radiante panorama que circunda como torbellino de mágica ilusión.

En medio de la majestuosidad del panorama, un hombre solitario portando un cordón enrollado en su brazo, camina lentamente con semblante acongojado y cabizbajo, labios sin sonrisa, mirada quebrantada en llanto y espíritu cargado de nostalgia.

La luz del astro rey viste a la profunda altiplanicie, inundando a la campiña de asombro, desconcierto y turbación. Las rebeldes y espumosas aguas de un caudaloso río corren cuesta bajo, salpicando con su brisa el eco del murmullo silvestre. Infinito paraíso Terrenal. Torrencial incalculable de abundancia perdurable y perpetua libertad. Reino pleno de insólita quietud y peculiar tranquilidad.

Intempestivamente, de entre lo sinuoso del camino y lo desbordante del follaje, apareció un campante longevo con apariencia de ermitaño agitando sus brazos en señal de congratulación. Anciano venerable  de mirada extraña y turbadora pero irradiante de alborozo;  de bronceada piel, plateada barba extendida a  la cintura, larga cabellera nacarada y con una cinta color marrón ceñida en su frente.  Caminaba descalzo y como vestimenta portaba una holgada túnica de manta que le cubría hasta los pies. De su hombro  colgaba un morral también de manta y sostenía en su diestra  un bastón.

El joven caminante observó con asombro al desconocido y estrafalario personaje que se le acercaba. Y haciendo el anciano una reverencia al caminante, pregunto:

¿Cómo te llamas respetable varón?

Mi nombre es JOMAGO, respondió el caminante con cierta timidez.

A mí me llaman MECENAS, expresó el anciano, y mi tarea por estas latitudes es “despertar conciencias”.

Señor MECENAS, inquirió  JOMAGO. ¿Cuál es el significado de su tarea?

El anciano  con absoluta confianza y seguro de sí mismo le respondió: Digno varón,  “despertar conciencias” significa: Ingresar al laberinto de la vida y resolver los misteriosos de la creación… Desterrar al malvado de la ignorancia y al villano de la incomprensión… Contemplar a plenitud el final del principio y el comienzo del final… Conservar la libertad como preciado concepto que alimente al alma… Sembrar semillas de paciencia y tolerancia en terrenos minados de infortunio… Conocer  la verdad con sabiduría  plena y discernimiento justo.

JOMAGO estaba sorprendido y asombrado por lo que escuchaba,  razón por lo cual y por primera vez llamó “Maestro” al carismático anciano, debido a la sapiencia por su gran dominio de carácter, a la cultura por su reservado proceder  y a su sabiduría por expresarse con filantropía.

JOMAGO con respeto le invitó a reposar a la sombra de un frondoso árbol para dialogar;  consintiendo de inmediato  el anciano MECENAS al ofrecimiento.  Ambos tomaron asiento sobre un improvisado tapete de hojarasca.

El bálsamo de la flora silvestre se dispersó en la lozanía del aislamiento con fragancia de libertad. Los pajarillos dibujan acrobacias y  abanican la bruma entonando armoniosos trinos. Un diminuto colibrí de bruñido plumaje esmeralda, realiza en el viento proezas de equilibrio. Las  mariposas con su aleteo silencioso  dan fosforescencia al eco de la soledad.

De pronto y en el momento menos esperado,  JOMAGO se despojó el velo de la vergüenza  e hizo al anciano pastor, una sincera, detallada pero discreta confesión:  Maestro MECENAS, Deseo que su experiencia me oriente y  libere de una pesada carga y amargo quebranto que a mi alma le resulta insoportable.  Precisamente Usted, Maestro  MECENAS, fue la extraña luz que surgió de repente en mi camino, en el preciso instante en que me dirigía hacía aquel árbol con el fin de quitarme la vida, colgándome de una de sus gruesas y altas ramas. Usted reflejó en mi ser una dignidad extenuante.  Primero, su presencia me infundió miedo y temor;  luego asombro y curiosidad,  y después me inspiró admiración y respeto.

Dichosa sea tu modestia, arguyó el maestro  MECENAS.  Y a propósito  quisiera saber ¿cuál era la razón y motivo de tu absurda y equivocada decisión?.

¡Gran Maestro!,  mi desolación se inicia en el preciso instante de mi nacimiento.  Pues nací en cuna humilde y huérfano de padre. Jamás le conocí, ni tan siquiera en fotografía. expresó  JOMAGO,  -quien con tristeza reconstruía en la imaginación el arrasado padecimiento de su destrozada infancia-.  Por consiguiente, la trayectoria de mi consternada existencia ha carecido totalmente de amor paternal. Posteriormente, en los albores de mi adolescencia perdí a mi adorada madre, quien se llevó al sepulcro los secretos de mi padre, los cuales nunca divulgó;  y  por tanto, quedé sólo en este mundo colmado de incertidumbre, falsedad y desconfianza;  reveló  JOMAGO.  Sus ojos  humedecieron el desconsuelo del ayer, su voz se apagó al evocar las heridas de la nostalgia, no aguantando más al romper en llanto.

El anciano  MECENAS consternado,  sacó de su morral un rugoso lienzo y limpió el espeso llanto que surcaba  las mejillas de JOMAGO;  Y con actitud de confortarlo, lo abrazó y le palmeó la espalda diciéndole:  Noble varón, es más saludable manifestar el dolor, en vez de reprimir las emociones y ocultar los sentimientos. ¡Llora, llora, hijo amado… desahoga tu angustia!

¡Gracias, noble maestro!, Gracias por escuchar mi lamento, arguyó  JOMAGO  con voz entrecortada y sollozante.

Continúa hijo amado, le insinuó MECENAS; descarga de tu ser el incómodo peso de tu desventura.

Si  maestro… Gracias… Además,  prosiguió  JOMAGO, la vida de quien me engendró se transformó en un ánima fantasmal. Huyó más allá del sendero sin retorno.  Nunca apareció ni siquiera en sueños, mucho menos en conversación;  y debe andar, quizá, vagando errante con remordimiento de conciencia.

Posteriormente,  el destino parecía sonreírme.  Me dio la oportunidad de escalar peldaños en mi actividad laboral.  Me ascendió a la cúspide, me colmó de riqueza y abundancia, y muy pronto mi vida dió un giro radical. Este cambio me transformó en un personaje arrogante, vanidoso y prepotente, confesaba JOMAGO con arrepentimiento.  Todo sucedió en un cerrar y abrir de ojos; como un sueño de ficción y fantasía, pues muy poco me duró el gusto. Todo lo que la vida me dio, de todo me despojó. Al poco tiempo, fui privado injustamente de mi sagrada libertad, y tuve que morar a la sombra de una inhóspita mazmorra  que me dió cordial asilo en el recinto de la ingratitud.

Ya en cautiverio me percaté  que sin brújula, se camina a la deriva  sin rumbo y sin destino.  A tiempo advertí, que en algún lugar del mundo se reunieron  quienes decían ser mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis hermanos y familiares cercanos para llevar a cabo una componenda: No visitarme en prisión. Esta incómoda situación me hizo sentir aborrecible ante la sociedad, a excepción  de mi abnegada esposa y mis afligidos hijos  quienes, a pesar de haberles causado tanto daño, se conmiseraron de mi adversidad. Agradecido estoy con ellos, el que hayan permanecido a mi lado. La llama de mi existencia ya se hubiera extinguido, de no ser por la presencia de ellos mismos que la mantuvieron viva, haciéndola danzar con arrepentimiento, complacencia y perdón.  Concluyó JOMAGO con cierto dejo de moderación.

Los candentes rayos de sol se filtran a través del espeso follaje.  Su juego de luz y sombra centellean sobre el piso de hierba, musgo y  maleza. El eterno vaivén del viento agita la espesura del ramaje que viste a los árboles centenarios, cuyos vértices contemplan el vasto panorama en el horizonte.  Una libélula revolotea en acrobacias bajo un cielo despejado y transparente.  Los animalillos de campiña rastrean los matorrales en busca de alimento.

El maestro  MECENAS,  luego de haber escuchado con atención a  JOMAGO, tomó de su morral un pequeño libro con cubiertas de piel y  cuyo título “DESPERTAR DE CONCIENCIAS”  escrito estaba con letras doradas, al igual que sus bordes.  Este breve manual le fué obsequiado a  JOMAGO,  argumentándole lo siguiente:  En virtud de que el Siglo XXI se derrumba ante el peso del milenio, la humanidad sorteará calamidades, las que debemos afrontar con estoicismo. Por tanto, es necesario escudriñar este ejemplar.

¡JOMAGO, estimado varón!..Tu semblante luce ahora expresión de placer y gozo.  Tu timidez se ha tornado en confianza. Tu temor en serenidad y tu tristeza en discreta sonrisa. De favor te suplico, leas éste ejemplar y asimiles su valioso contenido. Intenta desde ahora reflexionar, meditar y pregonar con el ejemplo ante el excepticísmo y la incertidumbre. Recuerda, Has roto las cadenas que te ataban al pasado;  y tu pasado ha quedado sepultado en el olvido.  A partir de hoy,  has despertado a una nueva forma de experimentar y hacer vibrar tu existencia.

¡JOMAGO!, le murmura el maestro al oído, el árbol que tú habías elegido para cumplir tu funesto objetivo, es tu árbol genealógico.  El también está triste porque se enteró de la  aberrante condena de diez años que te fue impuesta por sentencia. Ahora, se ha refugiado con pesadumbre  en la rotonda de los árboles longevos, caducos y marchitos.

Recuerda amado varón, en el jardín del corazón hay un imponente y exhuberante árbol de la esperanza  el  cuál debes irrigar con júbilo y exaltación. Sus frutos son el bálsamo que cura las llagas de la ingratitud. Sus flores son la panacea que cicatriza las heridas del infortunio. Sus hojas son el remedio que alivia las lesiones del desconsuelo. Su resina es unguento que sana los abscesos de la desolación. Sus raíces son paliativo que desvanece los tumores de la desdicha;  Y su fragancia mitiga los momentos de la melancolía…

JOMAGO,  hijo amado. Tú eres una persona obstinada, inteligente y especial.  Analiza y reflexiona:  Meses de gestación en el vientre de tu madre, esperando el milagro de nacer. Años de infancia para tejer tu inocencia con hilos de alegoría, ilusión y esperanza. Años de juventud para explorar misterio, sorpresa y experiencia. Años de madurez para asimilar tradiciones, rutinas y costumbres. Y todavía, los años que te faltan para disfrutar lo que Dios te tiene reservado.  Años de alegría y desencanto,  de lágrimas y sonrisas,  de felicidad y desconcierto… Y sólo un instante de fugaz consternación y fatal decisión  para morir.

¿Has comprendido el mensaje?  Cuestionó finalmente el Maestro  MECENAS.

JOMAGO  asentía  sin apartar su asombrada mirada de los hechizantes ojos del anciano. Gracias Venerable Maestro, por cubrir mi atrofia bajo su regazo de prudencia, comprensión, tolerancia y condolencia.  Admiro su sentido común,  libre de conflictos y contrariedad;  rebozante de serenidad y moderación.

El fulgor solar paulatinamente se ocultaba. Salpicaban los últimos destellos del atardecer.  El firmamento se teñía con pinceladas de rocío      carmesí;  resaltando con su mágico disfraz las nubes de algodón.  El crepúsculo vespertino daba cordial bienvenida al manto de la noche.

¡Excelso Maestro!… ¿Cómo le puedo corresponder a su gentileza y amabilidad?  Cuestionó  JOMAGO.

Mira, varón amado. En relación a tu cautiverio estoy completamente convencido de tu inocencia. Tengo conocimiento pleno que es “una patraña” lo que hicieron contigo.  La sociedad misma se horroriza al observar tanta impunidad y arbitrariedad, pero hace silencio por temor a la represalia. No temas hijo. No claudiques ante el fracaso, pues son éstos los ensayos del éxito. Reflexiona, los golpes que provocan las caídas, son advertencias  para evitar errores. Sin embargo, tú estás demostrando tu inocencia con disciplina y  buen comportamiento en ese ambiente hostil.

Me dá mucho gusto el apoyo de asesoría que tú brindas en la escuela, tu amor al prójimo, tu participación en actividades culturales, tu disciplina deportiva y además con tu creatividad e inspiración, has cultivado una bella manifestación como lo es el escribir poesía. Por todo ello, estoy sumamente orgulloso de ti.  Convencido estoy que legarás a la posteridad,  tu influencia lírica, tu prestigio como autor- escritor,  así como la inmortalidad de tu narrativa, cuento y poesía.

Manifiesta tranquilidad de espíritu, hijo amado, pues la peor ofensa que a un hombre prudente y sensato se le puede hacer,  es sospechar de su propia honestidad. Por tanto, sigue cultivando bienestar a tu cuerpo, mente y alma, y de inmediato sentirás equilibrio y armonía en tu estado emocional.  Aseveraba con serenidad el anciano MECENAS.

¡Gracias maestro!, Por sembrar serenidad, reconciliación, confianza, paz y sobre todo amor en los surcos de mi alma… Muchas gracias, por rescatar mi frágil existencia de las garras del infortunio… Por descifrar los jeroglíficos de mi curiosidad… Por abrigar con su tolerancia mi cobardía… Por desviarme del sendero de la confusión… Por colmar mi sed de conocimiento… Por brindar alivio a mi tribulación… Por hacer resplandecer mi oscuridad… Por conceder libertad a mi soledad… Y por mucho más, que de su experiencia he recibido.

A partir de este momento, se enciende mi entusiasmo y mi tenacidad se multiplica. Asintió  JOMAGO  con mayor confianza.

Luego de dialogar cordialmente y por un buen rato, bajo la sombra del ocaso y envueltos en la serenidad de un placentero reposo,  el inquieto JOMAGO y el modesto MECENAS fundieron sus cuerpos en un afectivo y cariñoso abrazo de despedida.

JOMAGO, como una actitud de agradecimiento, dió un efusivo beso en la rugosa mejilla de MECENAS;  correspondiendo el anciano  con una bendición, un beso cordial en la frente  y un ferviente deseo de prosperidad, salud, bienestar y amor de todo corazón.

Ambos cruzaron miradas con nostálgica ternura,  y discretamente dejaron escapar lágrimas como una expresión de lastimero adiós.

MECENAS acomodó su morral al hombro.  Sacudió los sedimentos de maleza de su túnica. Tomó su cayado y lentamente caminó  hasta perderse paulatinamente a la distancia.

JOMAGO aún permanecía sorprendido, al observar alejarse la silueta de un gran hombre, que más bien parecía el contorno de una imagen religiosa. Permaneció inmóvil, y al dirigir su mirada al cielo, en señal de gratitud, observó una estrella fulgurante que titilaba como si estuviera haciéndole guiños.

Mientras caminaba de regreso a su morada, JOMAGO recordó el pequeño libro que el anciano le obsequió.  Y apoyándose en la luminosidad de luna llena, observó el título “Despertar de Conciencias”.  Luego, al abrir la cubierta, fijó su mirada en un manuscrito que aparecía a manera de prólogo en la primera página…  Repentinamente, su semblante quedó paralizado de extrañeza;  como si un relampagueante rayo hubiese caído en su tensa humanidad. Un escalofrío acompañado de temblor lo envolvió…, y comenzó a sudar a borbotones.  El manuscrito rezaba:

“¡JOMAGO, hijo querido!

Voy en camino al encuentro de tu madre.

La veré muy pronto en el paraíso de la eternidad.

Pero antes…

Vine a despedirme de ti

No quise irme sin antes platicar contigo.

Deseaba con ansiedad conocerte.

¡JOMAGO, Amado Hijo!

El Señor me está llamando para pedirme cuentas sobre mi responsabilidad como padre…

Y antes de partir…

Quiero suplicarte me perdones.

Mira que tu madre desde el cielo ya lo ha hecho.

Y juntos, ella y yo,  festejaremos ante DIOS nuestras Bodas de Oro.

¡JOMAGO, Hijo Adorado!…

Eres Grande, Irrepetible y Portentoso.

Te Amo, con todo mi marchito corazón.

TU   PADRE”.

Leído el escrito, JOMAGO se postró de hinojos…levantó sus brazos al cielo… y no tuvo más palabras de aliento -Por un momento pensó que el amor nace con una sonrisa,  crece con un beso y muere con una lágrima-  pues el llanto volvió a cubrir su rostro.

… Sólo esbozó una sonrisa y lanzó una mirada a la estrella que aún le guiñaba.

Autor  José Manuel González artejmg@gmail.com

Durango, Dgo. 31/12/10.

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