La evolución espiritual que comenzó hace miles de años producto del temor a lo desconocido, devino en innumerables credos y dogmas que a la fecha posibilitan a sus fieles en todo el mundo adoptar múltiples creencias dogmáticas pero ¿cuál es la institución pedagógica que nos enseña metódicamente a reconocer nuestras emociones, entender nuestros sentimientos y comprender nuestra diversidad afectiva?, ciertamente ninguna. En este punto estamos a la deriva.
La necesidad de comprender aquello que nos pasa afectivamente es vital para un equilibrado desenvolvimiento personal. Asimilar pérdidas personales, comprender las angustias a partir de su origen, o percibir a los intentos fallidos en alcanzar objetivos como experiencias valiosas de nuestro aprendizaje diario, son temas abordados aisladamente por diversas terapias que aportan sus métodos de reconocimiento emocional para favorecer nuestra supervivencia y desarrollo afectivo.
Estamos en el tiempo correcto para abrir el debate que propicie la enseñanza emocional en las instituciones formativas, que agrupe y reúna los distintos conocimientos que hoy se encuentran dispersos y desorganizados entre sí, como el complemento ideal en el sistema educativo, favoreciendo la evolución de seres además de racionales y creyentes, emocionalmente inteligentes.
Cada ser humano se transforma obligadamente en su propio maestro sentimental. A fuerza de golpes aprendemos sobre nuestros sentimientos y en la mayoría de los casos, lo hacemos mal y nos hundimos en la depresión o respondemos con la misma moneda al daño afectivo recibido, repicando cíclicamente entre rencores, angustias y soledades.
Si a esta orfandad que se produce en la asistencia para comprender las particularidades del mundo emocional que requieren principalmente los niños en sus primeros años de vida, le sumamos la poderosa influencia de producciones mediáticas que trastocan los valores sociales colocando en los primeros lugares a lo banal y chabacano, estaremos siendo testigos cómplices de una degradación social muy difícil de revertir.
Sabemos que resulta básico para nuestro diario vivir, aprender a leer y escribir, sumar y restar. La inmensa mayoría de las personas, adoptan una creencia religiosa donde apoyar su fe y esperanza de trascendencia, pero educativamente estamos al descubierto en las cuestiones del corazón, más allá de nuestros esfuerzos personales por comprenderlas.
Para que forme parte de una política de Estado, es necesario que la idea se expanda, proponiendo el debate y realzando las particularidades de cada cultura regional. El hogar sin dudas es el espacio ideal para comenzar a aprender y asimilar conductas saludables y entre ellas, el aprendizaje emocional. Claro que la realidad nos muestra algo distinto por múltiples factores, y es en este punto donde podemos tomar cartas en el asunto desde el espacio educativo. Bajo este concepto ciertamente estaremos transformando el actual sistema de formación, partiendo de la premisa de un desarrollo integral del ser humano, y no simplemente desde el aspecto intelectual.
Es importante además discutir sobre las pautas generales que la misma contenga: que respete el libre albedrío, que priorice el pensamiento y emoción de quienes se vean beneficiados con ella, que no juzgue la actitud de nadie, y que promueva el propio, individual y personal «darse cuenta» desde las distintas técnicas de trabajo grupal.
Expresar nuestras ideas y conocimiento planteando la discusión en los distintos ámbitos sociales sumará positivamente a los cambios que nuestro mundo necesita. Educación emocional para que podamos entender, comprender y valorar las emociones en nuestro beneficio y en el de la sociedad.
Ricardo Raúl Benedetti
Es muy cierto que por lo general la mayoria de las personas nos dejamos dominar por nuestras emociones y no sabemos controlarlas