Empezaremos con un ejemplo práctico y luego presentaremos la filosofía a seguir: si yo te digo “No pienses en un elefante azul”…. ¿Qué es lo primero en lo que has pensado? ¿Es un elefante azul? Pero si te he pedido que no pensaras en eso…. ¿Cuál es el motivo por el que tu primer pensamiento fue ese?
No te preocupes: es normal. Nuestro cerebro no está diseñado para procesar las negaciones directamente. Es por ello por lo que si hacemos el esfuerzo de cambiar nuestro lenguaje por uno formulado siempre (o casi siempre) en positivo, todo lo veremos de otra forma y nos irá mejor. Otro ejemplo: si el padre le dice al hijo “No llegues tarde”, todo el sentido de la frase es negativo en sí, y el concepto que se queda es el de llegar tarde; nuestro cerebro sabe que es malo, pero el concepto es ése.
¿Qué ocurriría si el padre cambiara la formulación de su petición y le dijera al hijo “Vuelve pronto”, o “Vuelve a las 10”? Esas frases en sí mismas son positivas; no hay negatividad alguna en ellas.
Este cambio de orientación en nuestro habla resulta más o menos sencillo. Te propongo lo siguiente. Hoy mismo, cuando estés hablando con algún amigo, compañero de trabajo o familiar, graba la conversación durante 5 ó 10 minutos. Es importante que habléis y actuéis espontáneamente y con normalidad, como lo hacíais hasta ahora.
Luego identifica:
Todas las frases que lleven una negación directa, como un “no”;
Todas las frases que lleven una negación indirecta, como “nadie”, “ninguno”, “poco”, “ni siquiera”, ….;
Todas las frases que lleven una conjunción negativa, como un “pero”;
Todas las frases que lleven un verbo negativo, como “perder”, “desperdiciar”, “reducir”, “negar”, ….
De todas las frases que has utilizado, ¿cuántas cumplen alguno de los requisitos anteriores? Prueba ahora a reformular esas frases con palabras positivas. Algunas pistas de cómo hacerlo pueden ser:
“No está mal” = “Está bien”;
“No quiero hacer esto” = “Quiero hacer esto otro”;
“Me han despedido” = “Estoy buscando empleo”;
“Fui, pero quería irme” = “Fui, y quería irme”; etc…
Está claro que el trasfondo detrás de cada uno de estos ejemplos es el mismo, pero no los sentimientos que genera cada frase. Así, utilizando el primer ejemplo, si he ido a ver una película y digo “no está mal”, ¿qué sentimientos tengo? ¿Y qué sentimientos transmito a mis acompañantes? Sin embargo, si digo “La película estaba bien”, ¿qué emociones genero en mi cerebro y en el de los demás?
Esta sencilla filosofía, aunque no siempre (si la película no me ha gustado habré de transmitirlo así), es de aplicación en muchísimas situaciones a lo largo de cada día. Y si empezamos a aplicarla AHORA, mañana lo veremos todo de un color más claro, y se lo haremos ver a los demás de la misma forma (al menos en parte), influyéndoles positivamente simplemente con nuestro lenguaje.
Os invito a probarlo y a compartir vuestras experiencias, ejemplos de re- formulaciones, sentimientos y emociones generados, tanto en vosotros mismos, como en los demás.
Sobre el Autor
Carlos Míllara, 30 años. Originario de Oviedo (Asturias), vive actualmente en Barcelona. Formación educativa en Ingeniería Química, escritor y coach de 4ever Coaching (www.4evercoaching.com). 4ever Coaching ofrece servicios de coaching individual (de vida), deportivo, ejecutivo y grupal/de empresa.