Un padre de familia rica y muy acomodada, llevó a su hijo de viaje al campo, con el firme propósito de que el joven valorara lo afortunado que era de poder gozar de tal posición, y se sintiera orgulloso de él.
Estuvieron fuera todo el fin de semana y se alojaron en una granja con gente campesina muy humilde. Al finalizar el viaje, de regreso ya a la casa, el padre preguntó a su hijo: “Que te pareció la experiencia?” “Buena” “¿Te diste cuenta de lo pobre que puede llegar a ser la gente?” -“Sí, papá”- “¿Y qué aprendiste, pues?”, Insistió el padre. –“Muchas cosas, papá… que nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro… nosotros tenemos una piscina con agua estancada que llega a la mitad del jardín… y ellos tienen un río sin fin, de agua cristalina, donde hay pecesitos y otras bellezas… que nosotros tenemos lámparas importadas para iluminarnos mientras que ellos se alumbran con las estrellas y la luna… que nuestro patio llega hasta la cerca, y el de ellos abarca el horizonte… tú y mamá tienen que trabajar tanto que casi nunca los veo… Ellos tienen tiempo para hablar y convivir cada día en familia…” Al terminar el hijo el relato, el padre se quedó mudo. Entonces su hijo añadió: -“¡Gracias papá por haberme enseñado lo pobres que somos y lo ricos que podemos llegar a ser!” ¿Y nosotros somos pobres o somos ricos, y que anhelamos en nuestro corazón?.